30 de Agosto del año 1055 d.C.
Tras numerosas batallas, la línea del frente francés mantiene su posición y los combates han quedado reducidos a escaramuzas en tierra quemada.
No sucede lo mismo en Hispania, donde reina el caos y son interminables las columnas de negro humo que se elevan sobre el horizonte nublando la luz de un sol antes radiante, mientras se expande por doquier el olor acre de los cuerpos carbonizados y la campiña arrasada por el fuego y la destrucción.
En las pantanosas estepas rusas infestadas de mosquitos, la muerte vence a la vida y apenas se mantiene en pie la esperanza de alcanzar el frío invierno: pocos piensan que podrán resistir hasta entonces.
Por otro lado, el frente de los Balcanes se amplía en un área cada vez más extensa tanto en un bando como en otro.
Y en las áridas dunas africanas, la población se moviliza y presenta cruenta batalla en un desesperado intento por mantener su soberanía durante tanto tiempo respetada.
Comienza a perfilarse el boceto de la imagen completa de esta guerra, pero con un tremendo coste: el obligado tributo de vidas humanas reflejado en una interminable lista de caídos.
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