
Estoy exhausta… han sido tres meses de viaje desde Fenpeat, aquellas marismas a las que llamo hogar, entre los cuales he sufrido varias semanas de mareo en el velero que me ha traído a esta isla. Pero ¡valió la pena! Dicen que aquel palacio laberíntico fue construido por gigantes, que sus pinturas son obras de Minos él mismo. No creo que existiera el Minotauro, ni que Teseo desenredara un ovillo tiernamente sujetado por la hermosa Ariana a lo largo y ancho de este edificio ahora en ruinas. Mas… O Cnossos… me pierdo entre tus salas ahora derruidas, admiro tu triple sistemas de cañerías, cada una para un tipo de agua, lluvia, manantial, de desecho; me asombro ante la altura de tus escaleras y me sonrojo ante la desnudez de tus habitantes, si he de creer lo que me muestran los frescos milenarios. Mañana, tras descansar en Candia, volveré mis ojos hacia los altos montes cubiertos de nieve, en busca de inspiración.
Mientras, he de prepararme. Con mucho pesar, regreso sobre la dulce mula que he alquilado a la posada donde me hospedo. Sin prisa pero sin pausa, visto mis mejores galas, maquillo de negro mis pestañas y de rojo mis labios, espolvoreo colorete en mis mejillas. Perfumo mis velos de jazmín y adorno mis cabellos de oro fino. Estoy lista. Acompañada de dos de mis fieles guardias, dirijo mis pasos, decidida, hacia el comercio de Nikarios Apelokios, el joyero. Sé que me comprará las gemas que trasporto a buen precio. Para eso he venido. Para eso… y como siempre, para las leyendas, las canciones y los refranes locales que enriquecen mi mente mientras las piedras preciosas enriquecen mi bolsa. ¿Qué haré esta vez con las monedas que me aporte este viaje? Acabo de terminar un molino en el riachuelo que mana de los pantanos donde tengo mi casa, pero mis campesinos necesitan bueyes y arados, mis soldados un castillo donde entrenarse y mis artesanos más carreteras para mejorar el comercio. Suspiro hondo, agitando la cabeza con pesar. No sacaré tanto dinero de esta transacción. “Poco a poco”, me responde la brisa que agita mi túnica. “Hoy vende, mañana invierte y pasado recoge los frutos de tu siembra.”
- Saludos, Nikarios. Yahvé bendiga esta casa y los que aquí moran.
- Saludos a ti, Luxila, sí, saludos.
Para mi sorpresa, a Nikarios parece molestarle mi persona. Como si no debiera yo estar aquí, como si no fuera quien digo ser. Sin jamás mirarme francamente, merodea por detrás del mostrador, fingiendo buscar un objeto que nunca encuentra. Frunzo el ceño, preocupada por su manera de ser, pero tomo asiento ante él. Lentamente, abro la bolsa que llevaba escondida en mis enaguas y vacio su contenido ante él. Sus ojos brillan, está interesado. Su mano ase ávidamente un topacio de agua pura y de varios quilates. Mas tan rápido como la cogió, el joyero suelta la gema, que cae entre sus hermanas con un tintineo seco.
- Luxila, no puedo comerciar contigo.
- ¿Qué?
Mi respiración está entrecortada, mis ojos se empequeñecen, mientras siento montar la cólera en mí.
- ¿Por qué? ¿Acaso las piedras no son de buena calidad? ¿Acaso piensas que las he robado? ¿O es que alguien me ha acusado de vender rubíes y esmeraldas falsos, y los has creído? La estirpe de los Avignon lleva generaciones viniendo a esta casa, la de tus antepasados. ¡Nunca habíamos sido ultrajados de tal modo!
- Luxila…
Su voz dulce y también apenada cae sobre mi ira como una cascada fría sobre mi cabeza y me permite ver de nuevo ese pequeño taller que, durante un instante, se oscureció a mis ojos.
- No es eso. Deberías saber… no, es evidente que no lo sabes.
Nikarios inspira hondamente, buscando visiblemente el valor de darme una explicación. Si él teme dármela, más aún debo yo temer el recibirla. Agarro convulsivamente los brazos de mi silla e intento prepararme lo mejor que pueda para lo que me depara el destino.
- Luxila, ya no tienes aval. Ya no tienes tierras. Mientras viajabas, han conquistado tus feudos. Las noticias llegaron antes que tú y ya sabes lo que esto significa. Nadie, ni siquiera yo, comprará las joyas que transportas.
No, Dios de las Batallas, no, mi señor, Yahvé, Dios de David, Dios de Abraham y de Israel. Otra vez no. No me vuelvas a castigar con tu desdén, no vuelvas hacer de mí una judía errante y harapienta, cargada con el rescate de un rey que de nada le sirve y que le es peligroso acarrear. No vuelvas a apartar tu vista te esta tu más humilde sirvienta, no ocultes tu rostro a su vista ni hagas oídos sordos a sus plegarias.
Estoy de vuelta en la habitación de la posada, tendida sobre la cama, sin saber cómo he llegado ahí. Al abrir los ojos, diviso el rostro preocupado del capitán de mi guardia personal, quien me ofrece un vaso de agua fresca con una rodaja de limón. Con su ayuda, mientras me sujeta la cabeza, consigo sorber unos tragos, antes de caer de nuevo en la almohada. No puedo pensar, no puedo sentir, sólo puedo debatirme en una pesadilla en la cual pienso ahogarme. Apenas acierto a murmurar al veterano que no tengo con qué pagarle las próximas soldadas y que le relevo de toda obligación hacia mi persona. Aún en mi estado febril, acierto a calcular que me queda el dinero suficiente para pagarles un pasaje en un barco lento hacia Grecia, desde donde seguramente podrán volver a sus hogares. Mi mano se desplaza hacia mi bolsa, pero una guante de acero la aprisiona con un vigor irresistible y la aparta con firmeza.
- Ninguno de tus guardias se apartara de ti, mi Ama. Sólo tienes diecinueve años y toda una vida ante ti. Confiamos en tu honestidad y tu entereza. Lo que sufras, lo sufriremos. Si vas a la guerra, guerrearemos. Y si escoges el exilio, compartiremos tu suerte en todo. Duerme ahora, mi Ama, deja que el sueño apacigüe tu dolor.
No hay paz para mí en los brazos de Morfeo. Vuelvo a Grecia con las velas negras de la derrota y sé que Egeo se tirará al mar. En el Laberinto de mi agonía, no tengo ovillo para salvarme. Si he de ser Teseo, he de obrar sin Ariana.
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Mientras dormía, a Jenofonte le pareció como si tuviera la visión de un trueno y que un rayo caía en la casa de su padre y la hacía respladecer totalmente (…) Si el sueño lo había enviado Zeus como rey , el resplandor del fuego que lo envolvía temía que significara la imposibilidad de salir de los territorios del rey [de Persia] (…)
- ¿ Porqué permanezco tumbado? La noche avanza y con la luz del día los enemigos seguramente vendrán. Y si caemos en poder del Rey ¿ quien podrá impedir que terminemos sin honor y después de sufrir los más refinados suplicios ? Nadie se
preocupa de como debemos defendernos y todos permanecemos tumbados, como si pudieramos permitirnos ese lujo. Y yo ¿ a que estratego de otra ciudad espero para actuar ? ¿ Que edad espero alcanzar para obrar ? Nunca seré adulto de
edad avanzada si me entrego a los enemigos.
(Jenofonte, "Anabase o La retirada de los diez mil", libro III)

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