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15 de Noviembre de 1043.
Tengo solo dieciséis años y todo murió. Se derrumbaron los grandes imperios, los enormes ejércitos que asolaban la Europa desaparecieron sin dejar huella y el mundo retornó a su estado natural, ese jardín edénico donde todo es armonía. Pocos fuimos los que nos salvamos del desastre y ninguno de nosotros alcanza los diecisiete años.
El antiguo mundo estaba superpoblado de señores ávidos de poder y quiso el buen Dios del Guaranpis castigar tanta ambición y desenfreno. Un puñado de nobles está bien... Aunque ya habrá tiempo para que muchos de ellos retornen a las viejas prácticas, incluso relegando la verdadera nobleza en beneficio de una mera definición heráldica.
Hoy las tierras europeas han vuelto a poblarse de campesinos invisibles, seres esquivos y poco comunicativos que, sin embargo, hallan su felicidad en el libre contacto con la naturaleza, exentos de parámetros morales prefabricados , como nuevos adanes y nuevas evas que han de poner su simiente al servicio de las generaciones futuras. La pregunta es: ¿cuál es la verdadera y lícita misión de los señores que llegamos a sus paraísos con la intención de gobernarlos? ¿Nos asiste el derecho de modificar sus universos de acuerdo a nuestras normas? ¿Son en verdad tan salvajes y faltos de espiritualidad como parecen? En resumen: ¿somos nosotros, los ungidos nobles, una casta superior capaz de salvar sus almas en pro de una sociedad más justa y equilibrada? ¿O somos simples mortales destinados fatalmente a repetir errores ancestrales para merecer otra vez la lluvia de fuego que acabará con todo lo que podamos construir?
Permítaseme ser poco optimista. Los instintos del humano suelen regirse por conductas limitadas al ansia de poder, disfrazada muchas veces de voluntad de progreso, de autosuperación o de caridad cristiana. ¿Será tal también mi caso? ¿Qué me ha impulsado a establecerme en esta zona pirenaica y dar la orden de conquista a los fieles caballeros que confiaron en la rectitud de mi conducta? ¿Están ahora mejor que antes los miles de campesinos que he tomado bajo mi tutela? ¿Hasta qué punto somos quienes somos y no simples marionetas al arbitrio de otros seres que buscan tan solo combatir el tedio de sus existencias allende el Guaranpis?. Belisario de Markiv, el humilde religioso que hoy escribe estas notas para conocimiento de las generaciones futuras, no tiene todavía las respuestas.
Es probable que jamás las tenga.
Padre Belisario de Markiv, Caballero de la Orden Berenita
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