12 de Noviembre del A.D. de 1043.

El esposo de mi madre murió a los pocos años cuándo las tropas de Flama de Flog atacaban Tumba de Gwydre, cerca de Paris. Atenodoro se sintió tan culpable de la muerte de mi padre que decidió criarme a su lado cómo hijo suyo que era, más nunca olvidó mi bastardía y por eso siempre me llamaba sobrino y no hijo. Me recluyó en el monasterio de San Beren en sus propios dominios para que aprendiese a leer y escribir. Nadie podía pensar que durante años criase a aquél hijo como suyo ante el pueblo, pero así lo hizo hasta que un día uno de los frailes le ordenó enviarme con doce años a ser educado fuera. Cómo el monasterio pertenecía por aquellos años al Archiduque Syric, gran amigo de mi padre, fue al lado de éste donde se me envió.
Así fue como en los tiempos de la guerra de Dragones y Odines fue enviado al sur. Al norte de Hispania junto con el Archiduque Syric quién me enseñó lo bueno y lo malo de los hombres, a la vez que aprendía como mantener las cosechas. Combatí a su lado contra los campesinos que se resistían y me fortalecí cómo hombre.
Con catorce años llegué a las tierras de Grecia en busca de sabiduría junto con el Santo Padre Beren Erchamion. Aprendí como el arte de la diplomacia abre más puertas que el de la guerra y cómo un hombre puede llenar los corazones de sus seguidores con una sola palabra “Paz”.
Con quince años viajé de regreso a la Ciudad de la Furia donde Atenodoro en la más absoluta intimidad me nombró miembro de su Casa. Si bien nunca me nombró como hijo ante el pueblo, si me lo llamó desde aquél día en la intimidad.
Yo Wotan Telamónida estaba orgulloso de mí padre, cómo mí padre lo estaba de mí. Por eso con orgullo porto su estandarte.


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