
Nací … tanto tiempo ha, que lo he olvidado ya. Sólo recuerdo mi infancia, en el castillo de mi estricto abuelo, arropada en los brazos de mi madre y bajo el calor de mi ama de cría. Una infancia de misas, rosarios, adoración de imágenes, altares.
Delante de mi abuelo jamás se mentó a mi padre. Una vez quise preguntar por él siendo apenas una tierna niña, y me costó el castigo de 3 días encerrada en un viejo pozo, sin comida y rodeada de inmundas ratas… Nunca más pregunté…
Mi madre era una hermosa joven. Con el cabello negro como el ala de un cuervo y los ojos verdes como la hierba al amanecer. Hermosa y triste. Nunca entendí bien tan profunda y desesperada tristeza como la que veía en sus ojos. Sólo que su única alegría era yo. A menudo, acariciaba mi pelo y un lágrima le surcaba el rostro.
Su salud fue consumiéndose día a día. Y, siendo aún muy niña, un dia murió. Quedé sola con mi ama y mi abuelo, el cruel defensor de la fe de los cristianos.
Un día llegaron noticias de guerra, ¡el reino estaba siendo atacado por crueles bárbaros! Las tropas de mi abuelo se aprestaron a la defensa… sin éxito. Fueron barridos y la capital tomada.
Mi abuelo murió luchando. Yo ví como caía a manos de un enorme y salvaje bárbaro de ojos negros y rojos cabellos. Yo no amaba a tan cruel ascendiente, pero mi sangre de niña hirvió, y escapando de los brazos del ama, cargué contra el salvaje. Él quedó un momento sorprendido con su espada en alto. Después me apartó y me mantuvo quieta mientras miraba mis ojos… mi rostro. De repente... su espada cayó al suelo y se arrodilló frente a mí. Me miró largamente, y mientras veía asomar una lágrima a sus ojos, me abrazó. Yo no entendía nada. El salvaje lloraba apoyado en mi hombro. Mi ama se acercó a nosotros y él levantó la mirada hacia ella.
-¿Por qué ella no me lo dijo?-
-Porque sabía que harías lo que has hecho… devastar el reino para llevártelas.- contestó mi ama. ¿Conocía al salvaje? ¿Quién tenía que decirle a él y qué?
El salvaje dió orden de finalizar el ataque. Miró un momento a mi ama.
-Me la llevo conmigo. Si quieres venir con ella, puedes hacerlo. Apréstate a partir y prepara ligero equipaje para las dos.-
El ama asintió, me tomó de la mano y me llevó a nuestras habitaciones, preparó un hato para cada una con lo más indispensable y volvió junto al salvaje. Éste mandó traer un caballo para las dos al que fuimos subidas. Se inició la marcha… y yo aún no entendía nada…
Paramos al anochecer en un claro del bosque, cerca de un lago. Los bárbaros rápidamente levantaron tiendas y encendieron el fuego. El ama y yo nos refugiamos en una de ellas. Nos trajeron comida y bebida, pero mi hambre era de otro tipo. Mis ojos no dejaban de mirar al ama, ansiosos de respuestas.
-Ama…-
Ella me miró triste, y por un momento vi la vieja tristeza de mi madre en sus ojos. Se sentó a mi lado.
-Tu madre era muy joven. Le gustaba andar a caballo. Tu abuelo no veía nada de malo en ello y nunca se lo prohibió. En una de sus salidas a caballo se alejó más de la cuenta, se perdió en el bosque y encontró un grupo de cazadores. -Suspiró hondamente-- Uno de ellos era el hombre que has conocido hoy. Un salvaje, un bárbaro… pero nada más cruzar sus miradas, el salvaje dejó de serlo, y la orgullosa noble cristiana también dejó su orgullo…
Se amaron en secreto en estos bosques, pues tu madre sabía que tu abuelo jamás permitiría su matrimonio con un infiel. Sólo yo sabía de sus amores. O eso creíamos. Un día tu abuelo lo descubrió, siguió a tu madre, y cuando se encontraron, él y sus hombres les apresaron. El bárbaro fue llevado a las mazmorras y tu madre encerrada en el castillo. El joven bárbaro fue azotado y castigado durante semanas, pero con cada azote sólo el nombre de tu madre salía de sus labios.
Tu madre descubrió entonces que estaba encinta y tu abuelo horrorizado pensó en matar a ambos. Afortunadamente sus consejeros le hicieron ver el parricidio que iba a cometer y que le llevaría al infierno. Pensó entonces en matar a tu padre. Pero temió que su familia viniera a vengarle y que se descubriera el oprobio caído sobre su hija. Obligó a ésta, bajo amenazas de muerte sobre su hijo no-nato, a escribir una carta en la que se despedía del amante para casarse con un noble y liberó a tu padre. Éste, tras leer la misiva, con el cuerpo torturado y el alma rota, desapareció del reino y nunca se oyó más de él… aunque a mí en el mercado se me acercaban jóvenes extranjeros preguntando por la salud de la bella hija del señor. Jóvenes de inconfundible estirpe bárbara... Tu abuelo fingió ante el mundo que tu madre se había casado con un joven muerto en las cruzadas, y jamás permitió que nadie os viera, ni a nadie vierais… El resto… lo conoces ya…-
Cuando el ama terminó su historia, ambas llorábamos. Después nos fuimos a acostar, aunque yo fui incapaz de dormir. Me levanté en medio de la noche oscura y descalza y cubierta con una manta, salí de nuestra tienda. En mitad del campamento ardía un fuego. Frente a él, el salvaje, mi padre, lloraba en silencio… Me acerqué con sigilo y me senté a su lado. Miré su rostro, sus cabellos… y recordé las caricias de mi madre sobre mi pelo y su mirada triste. Elevé mis manos como hacía con ella, y las puse sobre sus mejillas, barriendo con mis dedos la humedad del rostro.
Él me miró un momento.
-¿Has hablado con tu ama?- Asentí -Me alegro, a mí no se me da bien hablar y contar historias.
A partir de hoy vivirás en el bosque, con los míos. Aprenderás a ganarte el sustento. Cazando, cultivando. Aprenderás a pelear. Conocerás los espíritus del bosque. Los espíritus de los que fueron y no son. Cuando seas una mujer, volveremos a tu reino y lo reconstruiremos para ti. Pero no antes de que aprendas a vivir…-
Recosté mi cabeza en su hombro y ambos nos quedamos mirando la lumbre.
Y todo cuánto él me dijo se cumplió. Aprendí a reconocer las hierbas del bosque, a saber cuál era la mejor hora para ir de caza. A vivir en el bosque con un odre de agua. A fabricar fuego. Pasé una noche en el silencio del bosque para escuchar las voces de los que ya no son y me comuniqué con el espíritu de los árboles, del agua, de la tierra, el aire y el fuego. Peleé en batallas. Gané y perdí. Y un día… volví al reino de mis antepasados nobles y lo reclamé.
Y mi vida hubiera seguido plácida, sencilla. Pero un día le conocí a ÉL. Y el mundo ya no fue lo mismo.
Hubiera debido tener miedo. Pero no lo tuve. Hubiera debido huir. Pero no lo hice. Su voz me prendió. Sus ojos me llenaron. Y le amé. Y saber que me amaba me hizo temblar de felicidad. Y le di mi vida.
Un día desató la bestia y su boca se llevó parte de la sangre de mis venas, mis recuerdos, parte de mi alma. Me sentí morir y a la vez, el éxtasis fue tan brutal, que cuando el retrajo a la bestia, casi sentí volver la vida con dolor.
Le amaba tanto que una sola mirada de ira en sus ojos me hacía desfallecer. Sus silencios me dolían en el alma.
Y el Trémere decidió que no podía vivir sin mí y me dio su sangre. Abrió sus venas y la dejó correr por mi boca, sellándome a él eternamente y pidiéndome que jamás le abandonara.
Y ambos viajamos a la tierra de los que ya no son y renacimos, unidos y amándonos para la eternidad.

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