30 de Agosto del año 1057 d.C.
De cómo Ludovico Telamónida comprendió que aún latía el corazón de Wotan por amor.
Una tarde de aquél caluroso Agosto, después de haber visto las excepcionales cosechas que habían tenido en su provincia, Ludovico sentose a contemplar el país donde se encontraba en aquél momento. Todo verdor, pero gentes muy pobres a su alrededor. Los trovadores predicaban la existencia de grandes fortunas de oro a pesar de la guerra en que se encontraba metido casi todo el mundo.
Wotan se acercó con curiosidad a su primo y le dio un pequeño puntapie en la espalda. Le miró con gracia y sentose a su lado.
-¿No es demasiado hermoso todo como para que un día desaparezca? – algo preocupaba a Wotan y se lo quería contar.
-Nada puede ser eterno en este mundo. La vida es un ciclo cuyo final es la muerte. Nacemos para morir.
-No temo a la muerte Ludovico – Wotan estiró sus brazos y bostezó-. Sólo temo por las personas que amo. Sólo lloró por las que amé.
-¿Entonces por qué preguntasteis eso?
-No lo sé. Quizás porqué la echo de menos.
-Necesitas guerra – aquellas palabras animarían a Wotan -. Estoy seguro de que necesitas guerras.
-Tal vez vaya siendo la hora, o tal vez sea la hora de regresar a Bulgaria – dejó caer su espalda en el campo -. El caso es que ella nunca volverá y tampoco la seguiré. Mi destino es pensar en lo bello que es vivir, lo difícil que es amar y lo aún mas complicado que es tener al lado un cura como tú.
Rey bárbaro
Wotan Telamónida

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