14 de Mayo del año 1060 d.C.
Las costas de Irlanda son un espectáculo digno de la mano del Señor. Paisajes donde se unen la inigualable divinidad con la férrea labranza del ser humano, que logra transformar lo agreste en un medio apto para desarrollar su cultura.
El Obispo Belisario se halla en estas regiones inhóspitas desde hace ya varios meses, desarrollando su labor pastoral entre estas gentes ansiosas por entregarse a las enseñanzas de la Santa Iglesia. Frente al improvisado puerto del villorio y ante la lentitud con que progresan las obras de la capilla que se ha comenzado a construir, Fray Belisario alzaba ya el cáliz de consagración, casi en el final de la misa, cuando vió (por sobre la multitud que acudía aquella mañana a su primera celebración) al hermano Hermes de Cornwalls amarrando en la escollera la barcaza que lo trajo desde las costas de Inglaterra. Desde el primer momento dedujo que su presencia en Irlanda no podía representar buenas noticias.
Y por cierto que no lo eran.
Terminada la misa, ambos clérigos se reunieron en la casa que los lugareños habían acondicionado para el obispo.
- Una vez más nuestras costas están siendo asoladas por los saqueos bárbaros, Eminencia.
Fray Belisario se santiguó y miró al cielo como reprochando.
- ¿De qué se trata esta vez? -preguntó finalmente.
- Lord Seda, Ilustrísima. Después de pasar una temporada en Anglesey reclutando tropas mercenarias se ha dedicado a saquear nuestras costas sin que los pobladores pudieran hacerle frente. Miles de almas se han perdido y millones de oros también.
- ¡Pero mi tío Vikram II nos había advertido del peligro y yo os envié el mensaje urgentemente!
- Es cierto, Eminencia. Pero cuando el mensaje llegó a Markiv ya era tarde para que el hermano Olegario dispusiera el envío de tropas. Además, vuestras órdenes han sido siempre las de no emprender acciones bélicas sin dialogar previamente.
El obispo meditó largamente.
- Es cierto. Nuestra misión pastoral nos obliga a ser misericordiosos aun con quienes nos afrentan. Ya ha sucedido anteriormente. El Señor se apìade de las almas que fueron víctimas de la impiedad. Somos uan comunidad pacífica y es por eso que algunos se aprovechan...
- ¡Eso es cobardía, hermano!
- Es posible, Fray Hermes. Es posible. Pero no está en nosotros juzgar el por qué no atacan estos señores a quienes saben que se defenderán fieramente... Como ya dije: lo único lamentable aquí es la irremediable pérdida de vidas humanas, hombres, mujeres y niños que eran por cierto muy valiosos para nuestra hermandad. Los oros no importan...
El Obispo de Markiv se arrodilló frente al humilde altar y rezó en silencio.
En Markiv, el hermano Olegario de Greiz ya organizaba la defensa de los territorios costeros, aunque estaba seguro de que no había mucho por hacer, habida cuenta de la fiera fortaleza de las tropas comandadas por el bárbaro Lord Seda.

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