De cómo Wotan Telamónida obtuvo más poder a costa de su familia.

Manuscrito escrito por


27 de Abril del año 1058 d.C.

Hacía un par de hora que el sol se había ocultado tras las montañas. Los centinelas somnolientos apretaban sus escudos rectangulares contra el cuerpo para cubrirse del frío. Ante las puertas de aquél palacio imperial pasaban sin cesar frailes embozados con pasos muy rápidos. Parecía aquello más un conclave que una simple plaza en la noche.

Uno de los frailes se aproximó al cuerpo de guardia y les gritó improperios en una lengua extraña. ¿Árabe? No pudo pensarlo más, pues dos palmos de aceros le cruzaron el vientre. El otro centinela iba a atacar, pero un par de flechas le dejaron firmemente clavado en la puerta.

Los búlgaros dejaron caer sus mantos de eclesiásticos al suelo y derribaron la puerta del palacio. No había tiempo para preguntar quién era quién en aquella casa. Todos los que se encontraban a su paso eran asesinados sin piedad alguna. Sólo un hombre no mataba. El que iba en cabeza con los largos cabellos blancos flotando sobre sus hombros.

No importaba cuántos hombres atacasen a Wotan, no importaba cuántos fuesen los que saltasen desde las esquinas para darle muerte. Mil espadas salían a socorrerle. Era afortunado de poder contar con hombres tan leales. Ya estaba llegando tras muchos pasillos y corredores al lugar que deseaba. Los aposentos del emperador.

Derribó la puerta de una patada que hizo temblar los propios cimientos del palacio al caer. Sobre la cama tumbado como un sapo, estaba el viejo y decrépito emperador de Bizancio. Aún colocándose aquella falda púrpura que tanto le gustaba de llevar. Wotan sintió lástima cuándo un par de concubinas huyeron hacia sus búlgaros.

- ¡Juraste lealtad! ¿Ahora vienes a matarme? –gritó con voz chillona el emperador.

-No seré yo quién os traicione, majestad. Pero en mi juramento hacia vos existían ciertas limitaciones, si bien os soy leal a vos, antes lo soy a los míos.

Un fraile con un parche y los rasgos de la vejez en su rostro salió de entre las filas de caballeros. Su espada manchada de sangre se debía de teñir una vez más. Le tiró al emperador otra espada y después cargó con fuerza contra este. Ni dos envites aguantó el cuerpo imperial en caer al suelo.

El fraile recogió la corona imperial del suelo y se la colocó en las manos a Wotan.

- ¡Ahora, hijo mío, se emperador!

Rey bárbaro
Wotan Telamónida

0 comentarios:




Guaranpis on Facebook